Las fronteras del arte actual

Hablar de arte hoy en día supone adentrarse en un terreno vasto y ambiguo. La extensa variedad de corrientes y manifestaciones aparecidas durante el pasado siglo han dado lugar a multitud de opiniones contrapuestas que lo convierten en un variadísimo puzzle de sentimientos y estímulos. Trataremos con brevedad una cuestión que parte de esta idea y que es susceptible de discusión: el análisis de los límites que acotan el papel del artista debido a la confusa miscelánea de fuentes con las que se nutre.

Cualquier aficionado que se mantenga mínimamente informado de lo que está sucediendo en el mundo del arte, verá que asistimos a un sinfín de proyectos y muestras que no hacen más que teorizar sobre ideas un tanto rebuscadas, en bastantes ocasiones capricho banal de muy pobre fundamento e incluso a veces peregrino. Multitud de artistas hablan de investigación, se muestran circunspectos, buscan allá donde poco hay que sacar y lo liso y simplemente llano se convierte en profunda teoría. Hablando sin miramientos, parece que más de uno se mira el ombligo. Esto deriva en una obra que por sí sola se defiende a duras penas, necesita de una explicación para ser contemplada y de esta forma el autor invade el dominio de la palabra y hace uso de un oficio (escritor, crítico, sociólogo o filósofo) del que muy a menudo desconoce su funcionamiento. Su discurso no consigue tener valor literario y la imagen pasa a ser sospechosa de intrascendencia. Huelga decir que el hecho de expresar con cierta hondura una idea mediante el dominio de la sintaxis supone para el que se vale de la escritura toda una vida de trabajo y sacrificio.

Sucede que el lenguaje que se ha ido introduciendo en el campo de lo artístico resulta demasiado teórico y farragoso. Asistimos a desarrollos de ideas que no conduce a ningún sitio. Estas ideas se exponen de manera sofisticada para crear mayor impacto intelectual y al final no dejan de ser revueltas lingüísticas, circunloquios sin pies ni cabeza ajustados a un lenguaje usado por artistas y críticos que se muestra como una imagen impostada de lo más superfluo. Dentro de esta confusión la guinda del pastel reluce en una costumbre bastante extendida que empuja a los creadores a titular sus obras en inglés como síntoma de expansión internacional (industria del arte). Por otro lado, impera como una necesidad (¿institucional?) la imagen del artista comprometido que tiene como objetivo mostrar la realidad social y polemizar, ser mediático e impactar al público con las audacias de lo gigante y lo extremadamente real (¿y la eterna búsqueda de la belleza?). Veamos dos ejemplos de lo dicho:

«Así como un parpadeo niega la presencia a cierto tiempo o localización concretos dentro de un continuo, el fotograma designa (extrae) un momento y un lugar, y no el siguiente».

Esto lo explica un artista español de treinta y tres años que muestra su proyecto en Arco compuesto de foto, vídeo y texto. Todos entendemos que un parpadeo no permite ver lo que en ese momento está sucediendo así como un fotograma (esto lo deduce un niño) muestra un instante de la realidad pero no el anterior o el siguiente.

“En Calendario, juego con la concepción del tiempo. Si en el calendario, tal y como lo conocemos, hay una estructura que trata de organizar los días, en este otro sistema que propongo el orden se ve alterado volviéndose caótico e irreverente. Calendario es una serie de collages donde la sucesión temporal es reinventada. Amotinados, los números se liberan de sus casillas y de su estructura rígida para encontrar formas más libres de asociarse. En estos collages hay sobre todo un componente lúdico asociado a la idea de producción simbólica que reside en la propia elaboración de los collages”.

El trabajo en sí consiste en calendarios cortados en tiras que son pegadas para formar un nuevo calendario desordenado aunque con cierta armonía. Parece que esta artista, que también se presenta en Arco, ha encontrado un bonito pasatiempo en este juego pueril. No estaría de más que echase un ojo a los collages del alemán Kurt Schwitters, que por cierto, llevan implícitas muchas ideas.

Lo natural es que el artista beba de aquí y de allá y se sumerja en su tiempo para buscar campo de trabajo. El estímulo para hacer arte es consustancial con una inquietud necesaria para indagar en lo oculto de nuestro mundo, pues sin duda esta premisa ha movido a lo largo de la historia a todos los creadores. Nadie duda de que el encasillamiento impide un análisis libre y democrático de la realidad. Sin embargo, cuando asuntos de raquítico calado intelectual son llevados al campo del arte sentimos que se están solapando de manera forzada disciplinas que podrían ir de la mano siempre y cuando sea necesario. Así, poco a apoco va calando la idea de que el arte funciona como un contenedor donde todo es bienvenido. Llegados a este punto nos preguntamos: ¿Hasta qué punto el arte ha invadido campos que no le correspondían? Es totalmente lícito pero ¿es necesario?

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