Antonio Lago Rivera

La Coruña, 1916 – Alicante 1990.

     

         Estudia en al Escuela de Artes y Oficios de La Coruña y se licencia en Bellas Artes por la Escuela de San Fernando en Madrid. Tiene de profesores a Vázquez Díaz y Eduardo Chicharro entre otros. En estos primeros años cuarenta traba gran amistad con José Guerrero y Carlos Pascual de Lara. En 1945 realiza su primer viaje a París. A finales de 1946 expone en la galería Buchholz y en colectivas con Antonio Valdivieso, José Guerrero, Palazuelo y Mampaso. En los años cincuenta está instalado en París donde vivirá con algunas intermitencias hasta su fallecimiento. Conoce allí a Joaquín Peinado, Colmeiro, Valls. Expone regularmente en diferentes Galería de París, Madrid y Londres. En los setenta y ochenta trabaja en España con Rodríguez Sahagún en Madrid. Expone en Galería Theo, en Alicante, Orense y en numerosas colectivas con Palencia, Vázquez Díaz, Genovés, Cossío, Lucio Muñoz. Hacia 1977 conoce a Daniel Alvariño y comienza a enviar sus primeros trabajos a Arboreda hasta que fallece en 1990. Ha sido uno de los artistas de la Galería que han dejado profunda huella por su bonhomía y sensibilidad.

     Paisajes en grises puramente evocados que despiertan de una profunda lejanía en la que siempre se halló el pintor. Lejanía de espíritu que equivale a un querer estar donde el deseo nos lleva, aunque no sea esto más que mera ilusión. Grises, blancos, rosas, en sesiones veladas de exquisita plasticidad. Lago aspiró a un arte basado en un proceso mental mediante el cual el estímulo es abstracto aunque la respuesta no lo es. La encontramos en una nube, una casa desnuda por su blancura, la bruma presente que penetra el aire, un horizonte difuso de su existencia inquieta hasta el final. Son símbolos de lejanía vital que pretenden asirse a este mundo y crear un vínculo con el pintor. Hasta sus sillas y mesas con frutas y flores representan la señal de su silencio.

      En su última década la línea se hace gruesa y delimita los objetos acentuándolos y sintetizándolos. Parece que todo se acartona con cierta tosquedad en un final en el que el pintor afianza un cambio en su vida. La figura es rotunda y sarcástica, demuestra una tendencia al humor satírico. El desnudo femenino ahoga cualquier rasgo sutil y las escenas colectivas ahondan en el secreto de la naturaleza humana. Esto causa cierta perplejidad en el espectador pero sin embargo el profundo saber de Lago creará un mundo desconocido y atrayente que hunde sus raíces en una tradición que habla de lo negro, lo injusto y lo social.

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