“La luna lucía sobre lo salvaje, caía sobre los bosques durmientes de la tierra y llenaba el ojo inmóvil del gato de un amarillo esplendente. La luna dormía sobre las montañas y yacía como el silencio en el desierto, y tallaba las sombras de las grandes rocas como el tiempo. La luna se mezclaba con los ríos que fluyen y se enterraba en el corazón de los lagos o temblaba en el agua como un pez brillante. La luna empapaba toda la tierra con su sustancia viva y sobrenatural, con un millón de rostros; pintaba el espacio continental con su luz fantasmagórica y esa luz era buena para todo aquello que tocaba. Llegaba con el mar, fluía con los ríos y se quedada a vivir quieta en los espacios despejados de los montes a los que los hombres no podían llegar.»

      Thomas Wolfe

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