Georges Rouault

El Museo de Bellas Artes de Bilbao presentó desde noviembre a febrero de este año la exposición titulada “lo Sagrado y lo Profano” del pintor francés Georges Rouault ( 1871 – 1957 ). Llama la atención la escasa cobertura que se ha concedido a esta muestra habida cuenta de la importancia de este artista, que ha sido reconocido como uno de los grandes pintores en el arte del siglo XX.

La independencia que mostró Rouault a lo largo de su vida frente a la crítica y el mercado artístico fue el ejemplo de un pintor que caminó ajeno a modas y usos, en un momento de cambios trascendentales tras la llegada de un nuevo arte que rompería con todo lo anteriormente conocido. Fue un hombre de actitud ciertamente huraña hacia el mundo que le tocó vivir, debido en gran parte al profundo sufrimiento espiritual que se hace evidente en su obra. Este comportamiento le mantuvo siempre alejado y le obligó a concentrar todos sus esfuerzos en su trabajo, desarrollado en una pintura plena de fuerza y sentido.

Rouault rechaza una sociedad que estima descaminada e injusta. Su constancia a la hora de mostrar todo aquello que más le apesadumbraba es fiel reflejo de sus personajes, alejados del mundo, faltos de calor humano y perdidos en un universo negro y desesperado. Aparecen entonces los severos jueces de los que se ha dicho que son víctimas de la propia sociedad, juzgados en reciprocidad por el pintor compadecido ante ellos. Prostitutas arrojadas a una existencia huérfana de piedad y benevolencia tras oscuros fondos sin luz; tétricos payasos que muestran la pérdida existencial del hombre y grotescos personajes de tristes miradas.

Si bien es cierto que su obra se enmarca dentro del expresionismo, también lo es afirmar que se mantuvo bastante al margen de los pintores europeos así denominados. Rouault concede al color una importancia primordial, sobrepasando las formas hasta convertirse en un valor puro que inunda su trabajo con un gesto enérgico de propia autonomía. La línea de fuerte trazo negro que envuelve las figuras se hace tosca y construye todo un mundo de seres desdibujados que se han articulado de manera primitiva por la sabia mano del pintor. Este primitivismo de profundo sentido expresivo obedece al deseo del pintor por manifestar con ímpetu su exacerbada desazón vital. Pocos pintores han sido capaces de lograr tal libertad formal y sentar de un solo golpe una estructura sin fisuras perfectamente encajada en el plano. A lo largo de los años el color se hará sustancia casi abstracta, de una riqueza plástica excepcional.

Rouault fue un fervoroso católico, sentimiento que marca todo su camino. Sin embargo, a diferencia de algunos críticos que lo han encasillado ligeramente entre el grupo de pintores religiosos, su incondicional profesión de fe es la causa de su pintura, una forma de expiar la culpa como hombre que sufre ante lo que ve. Rouault es trágico porque desea encontrar el bien, y lo busca por medio del sufrimiento. En este sentido, la colección de grabados titulada Miserere hace patente esta búsqueda. Vemos a un Cristo que no es más que el hombre perdido como símbolo de toda la humanidad. Aparecen de nuevo todos sus personajes para reflejar el horror y las penurias de la guerra, la soledad, el abandono. La disciplina del grabado alcanza en esta colección uno de sus momentos de mayor excelencia.

Rouault fue alumno predilecto de Gustave Moreau. Fue buen amigo del escritor Huysmans, de Cézanne, Marquet, Matisse. El gran marchante Ambroise Vollard llevó su obra. Expone con Braque, Legér, Bonnard. Es nombrado Caballero de la Legión de Honor, expone en los más importantes museos del mundo. En su fallecimiento, el gobierno francés decide organizar exequias oficiales.

El reconocimiento de Rouault ha sido unánime entre los verdaderos conocedores del gran arte y sin embargo, parece que aún hay algo que impide su apertura al gran público. La reciente exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao debería de haber tenido en justicia una mayor repercusión. Páginas completas se llenan en la prensa sobre ciertos artistas del momento cuya trascendencia tendrá que ser demostrada con el rigor del tiempo futuro.

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